07 mayo 2011

EVITA

Hoy Evita cumpliría 92 años

Provenía de la marginalidad extrema: hija extramatrimonial, mujer, provinciana  y pobre, el futuro carecía de puertas en la sociedad argentina de la tercera década del siglo XX. Dejó atrás su Junín natal, buscando el ascenso y la popularidad en el radioteatro. Encontró en un naciente movimiento popular, el peronismo, el papel histórico que superaría largamente su interpretación de mujeres famosas que representaba en mediocres radioteatro. Con sólo veintiséis años, realizó una gigantesca obra, que a través de la Fundación que llevaba su nombre llegó a todo el país para suplir las carencias temporarias de un proceso de redistribución del ingreso y nacionalización de la economía. Fogosa, tenaz, sus discursos de barricada identificaban con precisión al enemigo. Su odio de clase la identificaba con los sectores más plebeyos del peronismo. Tenía un techo señalado por la devoción incondicional a su esposo. Su obrerismo  trocaba de signo si algún sindicato se oponía a Perón
En una sociedad dividida visceralmente, tuvo apoyos incondicionales y animadversiones insuperables. Ningún cabecita negra, sus hijos y nietos  olvidarán jamás las máquinas de coser, los colchones, las dentaduras, los zapatos, los juguetes, las casas, el trabajo, las campañas de salud pública, las colonias de vacaciones, los torneos infantiles, la protección, la defensa de los sectores postergados que quedaron asociados a su incesante batallar. Sus enemigos convocaron a los calificativos más peyorativos para denigrarla. A tantos años de distancia, en sus discursos emerge con nitidez su lucha inclaudicable en favor de sus “grasitas, su intemperancia, sus adjetivos durísimos, la devoción a Perón, pronunciados ante multitudes que la vitoreaban.  Evita, antes que el cáncer abatiera su fogosidad y vitalidad increíble, convirtió en ley el voto femenino. No fue feminista, pero concretó la posibilidad que en el cuarto oscuro las mujeres accedieran a su condición de ciudadanas y al ejercicio de la política. No pudo acceder a la vicepresidencia por una relación de fuerzas desfavorables, pero su renunciamiento en la 9 de julio tiene el dramatismo y la belleza de las tragedias griegas, donde el coro es sustituido por una multitud enfervorizada exigiéndole que aceptara un cargo que la realidad le arrebataba. Antes de morir, consecuente hasta el final, compró armas para defender las conquistas conseguidas y las entregó a la CGT. Mientras en millones de hogares humildes se rezaba por su vida que languidecía, en una pared quedó estampado “ Viva el cáncer”.

Su muerte es la exteriorización de un dolor profundo y es también  la burocratización imperativa de un sentimiento que se tradujo irracionalmente en el duelo obligatorio. Sólo tenía 33 años. Su desaparición precipitó la pendiente de declive del peronismo, derrocado el 16 de septiembre de 1955 por la Revolución Fusiladora. El cadáver embalsamado  de Evita, sometido a flagelaciones inconcebibles, realizó un largo y novelesco peregrinaje, hasta que fue devuelto a Perón en 1971, como parte de la política de seducción emprendida por Alejandro Agustín Lanusse, el último presidente de facto de la dictadura autocalificada de “Revolución Argentina”. A noventa y dos años de su nacimiento, junto al justo reconocimiento, hay un intento del establishment de pasteurizarla, de momificar su vida con la misma pasión con que vejaron su cadáver. Pero los adversarios quedan delatados finalmente, con los pelos de gorila que asoman por doquier. Junto a ellos están algunos de aquellos que actúan como si fueran sus herederos políticos, los que practicaron las relaciones carnales con los enemigos históricos, los que la traicionan diariamente y la mentan de vez en cuando en las campañas electorales. Para ellos, Evita le reservaría su ira y su desprecio más profundo.

Es posible que contemplaría con incredulidad a aquellos que la levantan como una revolucionaria contraponiéndola a un Perón conservador y hasta contrarrevolucionario. Les recordaría que ella fue fundamentalmente peronista y Perón fue el estratega de una revolución burguesa que encontraba en ella la pasión inclaudicable para cubrir con proverbial humanidad los baches de un proceso de desarrollo económico con distribución del ingreso y dignificación de los más humildes.     


Más allá de su arbitrariedad y de cierta  intolerancia de Evita, su recuerdo gana significación con el paso del tiempo.  En el páramo del posmodernismo, su figura, expresión de ideales colectivos, se yergue asentada en sus méritos, al tiempo que los años diluyen sus aristas más conflictivas. Desde algún lugar de la historia el futuro avizorado por Evita es una utopía imprescindible, en un final de siglo XX que nos encontró dominados y unidos a falacias sostenidas por muchos, pero fundamentalmente desde el partido que ayudó a consolidar. La Argentina menemista le hubiera producido un dolor mucho más intenso que el de su larga agonía. Sus obreros convertidos en marginales, sus descamisados desocupados, los niños  de ser “los únicos privilegiados”, pasaron a ser chicos de la calle, cartoneros, atravesados por el hambre y la desesperanza. Un modelo implementado bajo las banderas del peronismo,  que   consideró  gasto toda inversión social en salud o educación. Hubiera montado en una furia colosal al saber que entonces los únicos privilegiados fueron los mercados y los acreedores, a los que se le ofreció la vida, el futuro y las esperanzas de los argentinos. Comprendería con estupor que los que bombardearon a un pueblo inerme el 16 de junio de 1955, los que profanaron su cadáver, los que fusilaron en los basurales de José León Suarez, los que arrasaron y asesinaron bajo las etiquetas de “La Revolución Libertadora”, “La Revolución Argentina” o “Proceso de Reorganización Nacional”, los que vaciaron la democracia con promesas falsas y traiciones permanentes, son los que se adueñaron entonces del país, y que realizaron una gigantesca fiesta con cargo a los descamisados. Muchos hijos y nietos de aquellos obreros que llegaron a participar del 50% de la renta nacional, tuvieron que cortar rutas y se convirtieron en piqueteros. El 19 y 20 de diciembre del 2001, produjo un clivaje contradictorio y dialéctico en una historia de pendiente inclinada. Diez años después, la mejoría es ostensible, aunque queden enormes hipotecas pendientes. Pero seguramente, más allá de las críticas que Evita formularía a quienes lucran con la pobreza, a los que tardan en implementar las soluciones, afirmaría que mucho se ha hecho para que las banderas que ella enarboló, hoy estén levantadas y  han sido sacadas del pantano de los noventa. Hoy hay esperanzas. Como esas que despertaba Evita tratando de diseñar un mañana repleto de futuro.
 





7-05-2011



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