17 junio 2012

EN EL DÍA DEL PADRE, UN HOMENAJE AL MÍO- "A seis años de su muerte"‏

SE FUE DON ELÍAS

Se fue Don Elías.
Dos años tarde.
Hay veces que la vida extiende su duración y  perpetra bajezas más duras que la muerte, que a pesar de su crueldad, a veces, es más benévola que los años finales de  la existencia que siega.
Se fue Don Elías.
Cuando el teléfono me despertó en mi casa de Marcos Paz, a las 4,45 de la madrugada de este domingo 3 de diciembre, presentí que era el minuto final del tiempo de descuento. Las personas que lo cuidaban en su casa, me informaron que le faltaba el aire. Llamé a la ambulancia. A los pocos minutos la médica me dijo que era un espasmo y que reaccionaba favorablemente. Fue lacónica y poco amable. Pero a pesar de las dudas, quise creerle. Me volví a dormir.
Y entonces soñé.
Lo vi de nuevo a Don Elías vendiendo pan y exaltando sus virtudes. Recorriendo los caminos de tierra, por las colonias entrerrianas, en un carro tirado por caballos, distribuyendo las galletas de larga duración. Lo vi haciendo alfajores y pan dulce para año nuevo. Los vi sacando las caras sucias que me encantaban comer con manteca. Lo volví a ver acariciando los caballos, que constituían su tracción a sangre. Lo recordé cuando me explicaba algún problema de matemática. Cuando me tomaba las lecciones. Ahí en Jubileo, un pueblito tan carenciado que ni Iglesia tenía. Donde los inviernos y los veranos eran muy duros. No había electricidad ni gas y por lo tanto casi nada para protegerse del frío y del calor. 
Recordé la historia tantas veces contada de su nacimiento con las plantas del pie en sentido contrario a lo normal. A su madre Rebeca,  a la que no conocí, una campesina rusa que no hablaba el castellano, que vendió la única vaca del sustento familiar para viajar a Buenos Aires y recorrer los hospitales porteños intentando torcer el destino de discapacitado de Elías. Y el milagro se hizo y su hijo pudo caminar normalmente. Allá por la segunda década del siglo XX.
En la década del cuarenta, se casó con Rosita, una hermosa muchacha de Colonia López, una de las tantas colonias judías de Entre Ríos.
Juntos levantaron esa panadería que fue un referente de la zona. Ahí nacieron sus dos hijos, a los cuales les dieron todo lo que pudieron y algo más, incluso las respectivas carreras universitarias.
Se fue Don Elías. Yo lo conocía bien. Admiraba su sentido comercial, su capacidad para sumar más rápido que las máquinas de calcular actuales en la época que las mismas no existían. Criticaba su obsesión por el trabajo, su desinterés por muchas cosas que a mi me interesaban, su dificultad para disfrutar de los placeres de la vida, sus limitaciones para abrirse, sus chistes reiterativos.
Se fue Don Elías. Yo lo conocía bien.
En 1956 vendió la panadería y se trasladó a San Salvador, ubicada a 18 Km. de Jubileo y que en comparación con ésta aldea de nombre alegre era una metrópoli. Empezó con una oficina modesta y un pequeño depósito de papas y en pocos años la convirtió en una de las empresas más importantes.
Excelente vendedor, era capaz de convencer que las papas que vendía tenían el tamaño de una sandía.
Su buen humor ni siquiera era alterado por los frecuentes cálculos de riñón que padecía y que le producían dolores terribles.
Ayudó a su cuñado comprando un camión, poniéndolo a su disposición y con una generosidad  no correspondida, lo convirtió más adelante en socio. El hermano de Rosita, Mote, se  reveló un empresario emprendedor y audaz y así diversificaron las actividades que extendieron a arroceras, campos y molino arrocero.
Mote se casó,  pero cuando su esposa Elda, “la negra” tuvo a su primera hija Roxana, contrajo tétano en la cesárea y murió a los pocos días. Rosita y Elías se encargaron de la crianza del bebé, hasta que el viudo contrajo nuevamente matrimonio, cuando Roxana  tenía seis años.
Luego vino una separación societaria larga y dificultosa en medio de enfrentamientos familiares.
Rosita murió de cáncer cuando apenas tenía 55 años. Elías tardó una década en recuperarse de esa compañera a la que amó intensamente.
Se fue Don Elías. Yo lo conocía bien.
Volvió luego a formar pareja. Dejó San Salvador y se radicó en Buenos Aires. Alberto, el marido de su hija, se hizo cargo de los negocios.
Vivió algunos años felices, hasta que nuevamente el cáncer le arrebató a su segunda compañera.
Pudo llegar a observar el crecimiento de sus tres nietos, situación que no pudo ver Rosita.                     
En los dos últimos años, su salud se quebrantó, y su hija Graciela hizo lo imposible para hacer más llevadera la etapa final.
A las 8,55 volvió a sonar el teléfono. Ante de levantarlo, sabía que Don Elías había muerto.
Graciela desde el otro lado de la línea confirmó el presentimiento. Era domingo. Seguro que eligió ese día, porque de lunes a sábado el negocio debía estar abierto.
Se fue Don Elías. Yo lo conocía bien. Fue mi padre.
Hoy, 4 de diciembre lo enterramos junto a la tumba de Rosita, en ese cementerio de Colonia López, en medio del campo, rodeado de silencio. Ahí estaban sus hijos, Graciela y Hugo, sus hijos políticos Elsa y Alberto, y Roxana, la sobrina que crió hasta los seis años. Sus empleados y clientes.
Ahí estaba Sergio, su más estrecho colaborador, el que lo apoyó en los momentos más duros y para el cual, Don Elías, fue un padre sustituto.
Recorrimos los mismos caminos de tierra, donde de joven repartía el pan, alimentaba sueños junto a Rosita, mi madre, y  forjaba un futuro para sus hijos.
Aunque hay un momento en que uno se convierte en padre de su padre, no puedo dejar de experimentar, una vez producida su muerte, la sensación de huérfano.
Puedo compartir hoy las palabras y la emoción del escritor Sergio Sinay, concebidas al día siguiente de la muerte de su padre, sometiéndolas a una pequeña adaptación: “Mi padre no fue un gran hombre. Pero, aunque jamás aprendió a andar en bicicleta, me sostuvo en la mía y no me soltó hasta que pude mantener el equilibrio por mí mismo. Y yo sabía que no me iba a dejar caer.
Mi padre no fue un gran hombre. Pero lagrimeaba de orgullo cuando nos presentaba a Graciela y a mí y decía "Estos son mis hijos". Lo decía con el mismo énfasis cuando éramos chicos y cuando nos hicimos grandes
Mi padre no fue un gran hombre. Y no importa. Los grandes hombres ocupan, a veces, demasiado lugar. Asfixian. Y son acreedores de deudas que nos hacen la vida más pesada. Visto así, por suerte, mi padre no fue un gran hombre. En muchas cosas fue sólo un pequeño hombre. Pero más allá de todo fue algo más difícil y más importante. Mi padre fue un buen hombre. Agradezco eso”. 

(4/12/2006)
17/6/2012
Todos los derechos reservados. Hugo Presman. Para publicar citar fuente. 

2 comentarios:

  1. Conmovedor. Su nota me llegó al alma. Gracias por compartir con nosotros algo así.

    ResponderEliminar
  2. Ya quisiera uno que sus hijos alguna vez lo recuerden asi. Gracias !

    ResponderEliminar