22 abril 2015

           SE FUE UN IMPRESCINDIBLE 
                       

  Estaba hecho de la misma materia prima de Mónica Carranza y Margarita Barrientos. Pero a diferencia de esas dos mujeres extraordinarias tenía un fuerte posicionamiento político. Alberto Morlachetti era un imprescindible, aunque la frase esté gastada y el cementerio aloje a muchos de ellos. Todo su recorrido terrenal puede estar sintetizado en aquella frase de la canción de Eladia Blazquez: “porque no es lo mismo que vivir/ honrar la vida” Agradezco precisamente al valor supremo que es la vida, las largas charlas telefónicas con la que Alberto tuvo la gentileza de  dispensarme. Sus dos viajes en nuestro programa El Tren, realizados en vivo y en directo,  un hecho infrecuente porque no solía acudir a las radios, sino que cuando accedía a ser reporteado, lo hacía  telefónicamente.  En homenaje a Morlachetti reproduzco textualmente una nota escrita hace 11 años, el  27 de abril del 2004   
LA TERNURA COMO PASAPORTE A LA VIDA
El mate en su mano izquierda se enfría mientras desgrana su historia. Su rostro duro y varonil, se enternece cuando Luján, una nena con una sonrisa enorme le ofrece una golosina. Es Alberto Morlachetti, un cordobés nacido en un campo de la provincia mediterránea. La pobreza los transportó junto con sus padres y hermanos al Gran Buenos Aires. Cambió los aires serranos por las cercanías del riachuelo, en esa Avellaneda peronista visceralmente dividida entre los seguidores de Racing y los hinchas de Independiente. Su madre murió al poco tiempo y su padre los abandonó, aunque Alberto piadosamente dice simplemente: “Tomó otro camino”. Con su hermano vendió diarios y se sumergió en cuanto trabajo le acercara la comida. Vivieron en piezas donde un baño era compartido por cincuenta personas. Su madre le dejó un legado que orientó su vida: Cuando tomes una mano, siempre tomá la mano de un pobre , y pase lo que pase tenés que estudiar”. Mientras trabajaba en Editorial Codex, aprovechaba para leer. Se fogueó en la calle, jugaba al ajedrez, y con sólo 17 años, hablaba de Hegel y Kant, de Santo Tomás y Calvino. Se casó a los 22 años, tiene un sólo hijo biológico Alejandro, que es abogado y asesor de la Organización Mundial de la Salud. A los treinta, se recibió de sociólogo. Con tristeza recuerda: “ Del barrio nuestro habremos sido dos los que pudimos estudiar”. Siguió Sociología para “ tratar de entender la pobreza y la riqueza. La Argentina es el quinto exportador de cereales del mundo y tributamos cincuenta y cinco niños a la muerte por día. Necesitaba entender esas muertes diarias de niños menores de cinco años.” En 1974 construyó la “ Casa de los Niños” con un crédito del Banco Credicoop, el cual garantizó con la hipoteca de su casa y con la cesión del terreno de la firma Llauró. La escasez de recursos obligó que la construcción tardara nueve años. Hoy esa casa se llena con la alegría de 130 chicos de 3 a 13 años que pueden permanecer allí de 8 a 18 horas, contando con consultorios odontológicos y de pediatría. En 1982 crea el Hogar Pelota de Trapo que empezó siendo una cancha de fútbol en terrenos del ferrocarril. Hoy viven treinta y cinco chicos rescatados del abandono, o derivados de los juzgados. En 1986 funda el Hogar Juan Salvador Gaviota en uno de cuyos cuartos vive, acompañado por 19 jóvenes perseguidos por la ley, escapados de la calle y la soledad. Preocupado por generar ingresos y darle trabajo y futuro a “sus pibes”, creó en 1987 la Escuela Talleres Gráficos Manchita, con la ayuda de una firma sueca donde trabajan catorce jóvenes e incorporan conocimientos de escuela primaria y secundaria mediante pedagogías no convencionales. El mismo criterio es el que lo orienta a la construcción de una Escuela  Panadería  Panipan donde trabajan veinte jóvenes.  

Su antigua casa, es actualmente el Jardín Maternal Pulguitas, donde concurren a abrazarse con la vida veintiséis niños que provienen de familias de extrema pobreza cuyas edades oscilan entre los cuarenta y cinco días y los tres años. En un sola ocasión, sus obras cruzaron los límites de Avellaneda, y fue para abrir en Florencio Várela, la Granja Azul, con la ayuda de la Fundación Kellog’s , donde veintidós jóvenes trabajan cultivando verduras y hortalizas y fabricando dulces. Alberto habla desde el conocimiento universitario y del aprendizaje que significa tratar diariamente con los derrotados de una sociedad arrasada por un neoliberalismo sin cerebro ni corazón. “La sociedad debería tender a proteger al niño, pero esta sociedad, por el contrario se protege del niño. Las políticas de la infancia, son institutos, servicio penitenciario, clínicas psiquiátricas, son todas represivas. No hay políticas protectoras de la infancia, como si las infancias pobres fueran infancias superfluas. Estos chicos están destinados a habitar el país de ningún lugar, de los sin derechos. ¿ Como pudo haber arraigado en la gente la idea de que detrás de cada chico de la calle hay un mafioso? Hay que entenderlo, detrás de cada chico de la calle hay un desocupado. Hay infancia, si mamá y papá tienen trabajo. Si no la infancia no existe. Ser chico no es una etapa inferior de la vida. Es una etapa plena, como ser adulto. ¿ Como hago para lograr que un chico no sea violento si le amputo los insumos básicos de la crianza humana, si no guardo su primer diente, su primer cuaderno, su primera fotografía? ¿ Cual es el delito que cometieron los 55 chicos que se murieron hoy de hambre”?. El apasionamiento de Alberto termina enfriando el agua en el mate que se desplaza de una mano a otra. Pero el calor y la pasión están en su lucha diaria, en esa voz que traduce sentimientos, dolores, impotencias y esperanzas. “ Hay mucha gente que dice que esto no alcanza, que es un universo acotado, que hay que cambiar todo. Yo digo que es cierto, pero el que no es capaz de amar al que tiene al lado, no es capaz de amar una abstracción. Yo llego a la infancia a través de Rocío, de Ezequiel, de Zapallito, de Luján. Pero si soy capaz de enlazar mi sueño, con el sueño de esta esquina, y si junto mi sueño con el de Luisito Farinello, y con el del padre Cajade, voy a tener un sueño muy grande y quizás alcance para construir un mundo mucho más humano”. Haber adoptado esta forma de vida, le costó la ruptura matrimonial a Alberto Morlachetti. Tal vez hay más humedad en sus ojos cuando recuerda: “Nos separamos cuando yo decidí venir a vivir con los pibes. Esta es una vida difícil. El concepto general de familia es un modelo tradicional, que yo acepto, pero esto también es una familia”. Las dificultades superan largamente la imaginación más febril. “ Las mamás vienen a dejar sus hijos acá para que puedan tener comida y cama. Se desprenden de sus hijos como actos de generosidad. Hubo dos cosas que me costó muchísimo entender: la venta de droga y la prostitución infantil. La venta de drogas para mí era de una incomprensión absoluta, algo abominable. Un chico destruyendo a otro chico. Lo mismo la prostitución infantil - un tema que uno mira con horror - el chico lo vive como un trabajo. Me costó mucho convivir y entender esa realidad. Pero hoy compruebo que mis mejores pibes vienen de los lugares más oscuros de la condición humana”. En ese rostro varonil como tallado en piedra, la emoción lo ablanda cuando reflexiona: “ Tantos pibes han pasado por mi vida, que yo no sé si todos los abrazos que di fueron suficientes” De lo que está seguro es cuando comparte un alfajor con un chico recién llegado a los hogares “se produce un milagro en estos pequeños que ven la ternura como algo ridículo. La única certeza que tiene el pequeño o el joven es que en el futuro va a estar peor. Yo le meto futuro, le digo que vale la pena”. Muchos hombres recuperados a la sociedad, que han pasado por la excepcional obra del sociólogo Alberto Morlachetti, encontraron en su ternura un pasaporte a la vida       
SE FUE UN IMPRESCINDIBLE 

Es cierto que después de 11 años, la situación es considerablemente mejor que lo denunciado entonces.
Que no existen esas cifras mortuorias de un pasado reciente que es una pesadilla y una acusación recordarlo. Pero que todavía queden casos de muerte por hambre, nos obliga a mantener presente aquella categórica definición de Alberto:  “El hambre es un crimen”  
Propulsor de la asignación universal por hijo, de la obra y Agencia Pelota de Trapo que tomó su nombre de la famosa película de Armando Bó,  porque en principio se reunían en la misma canchita donde se filmó, de frases cortantes y certeras como: “ La pobreza es una imposición que le pone a los pobres una pistola en la cabeza”,  Morlachetti decía con simpleza y con una sincera modestia: “Yo no descubrí el huevo duro ni el agua tibia” Sus seguidores y compañeros, comunicaron su deceso con este texto:  Ha muerto Alberto Morlachetti, fundador de la obra Pelota de Trapo y del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo. Decir ha muerto implica apenas la ausencia de cuerpo. Alberto testó a favor de los niños y de los jóvenes de los arrabales del mundo toda su fortuna: un generoso ramo de ideas libertarias, la belleza como insumo básico para el desarrollo, una utopía donde los niños sean curados con salivilla de estrellas, como le gustaba a él parafrasearle a Federico ( por García Lorca”. Y la inmensa ternura con la que venceremos.”
La continuación de su gigantesca obra es la herencia que debe ser asumida y continuada para hacer menos dolorosa la ausencia de un verdadero imprescindible.
Me imagino a Eladia Blazquez recibiendo a Alberto y cantando: “Merecer la vida, no es callar y consentir/ tantas injusticias repetidas..../ porque no es lo mismo que vivir
honrar la vida”
22-04-2015


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